El
ser humano es – según la tesis aristotélica, y la propia experiencia – un
animal político, un ente social que
busca establecer vínculos con el resto de los individuos de su comunidad. Tales vínculos se sostienen a través de la
comunicación y, por ende, de un lenguaje. En un principio las personas
encontraron los medios para expresar sus pensamientos de forma simple, sin
complejidades ni refinamientos; el lenguaje era la representación del mundo que
ellos concebían, como parte de un grupo, siendo elementos de una totalidad que
podían considerar un universo propio.
Con
el paso del tiempo tal situación se fue transformando. El ser humano, como ser
racional, fue requiriendo cada vez de más palabras para describir el mundo, y a
través de los siglos sofisticó su habla a tal grado que encontrado el placer
estético en la palabra misma y llegada la escritura como medio eficaz de
trascendencia, recreó y adaptó ya no el lenguaje al mundo, sino el mundo a su
lenguaje. De unos cuantos conceptos se llegó, en un tiempo relativamente largo,
al mare magnum de la actualidad. La
sofisticación de los conceptos, la enorme cantidad de palabras a las cuales se
puede recurrir, hicieron – aparentemente – de la tarea de escribir una empresa
inalcanzable por el individuo común, exclusiva de aquellos nacidos con tal don, capaces de inspirarse y transmitir sus
pensamientos al resto de los mortales.
Daniel
Cassany viene a cambiar tal concepción. Su libro, como él mismo lo indica, es
un manual para aprender a redactar, con lo cual rechaza la idea de que hay unos
cuantos privilegiados con la capacidad de escribir correctamente. Diversos
consejos, técnicas y recomendaciones va Cassany presentando al lector a lo
largo del texto, de una manera dinámica y coherente, siguiendo el mismo esquema
que él propone para una adecuada escritura y, por ende, una comunicación más
efectiva con los demás, con la sociedad misma.
Por
obvias razones, la crítica a aquellos que tienden a usar un lenguaje técnico no
solo en sus escritos, sino también en sus relaciones personales, es
contundente, aunque no evidente. El lenguaje es un medio de comunicación, la
herramienta a través de la cual describimos el mundo y transmitimos nuestro
saber a los demás; sería absurdo usarlo de una forma tal que sólo unos cuantos
pudieran comprender lo que nosotros tratamos de transmitir, usando un lenguaje
complejo con un grado de sofisticación llevado al punto de lo incomprensible. Y,
sin embargo, muchas veces así sucede y el lector promedio queda enfrascado en
una esfera de saber estándar, puesto que es lo único que alcanza a comprender.
No
digo con esto que el lenguaje técnico - específico deba dejarse de lado. Todo
lo contrario. A lo que me refiero es que el vocabulario empleado en la
redacción debe ser apropiado al lector a quién va destinado el escrito, la
carta, la obra, puesto que de lo contrario el lenguaje no verá cumplida su
función comunicativa.
Frases
y palabras cortas, ideas concretas, sin tecnicismos, texto estructurado y
variación tipográfica en el mismo: Estas son algunas de las características con
que debe cumplir un texto para que pueda ser considerado legible, comprensible.
Pero más allá de la forma se encuentra el fin de la escritura. Todos somos
capaces de escribir bien, desarrollando las diversas habilidades que poseemos
como personas. Y el resultado de tan arduo trabajo será un escrito fácil de
entender, digerible para quien va dirigido, claro, coherente, concreto y bien diseñado,
que funcione como un medio de transmisión de ideas, de saber, de conocimiento
útil para los individuos que junto con nosotros integran la sociedad en que
vivimos.
Cassany
destruye prejuicios y paradigmas a los que se recurre muy frecuentemente a la
hora de escribir. Su cocina, más que un manual, es una especie de guía para el
éxito en el gratificante arte de la escritura. Como bien lo dice el autor, esta
bella labor no se realiza a través de recetas. La práctica hace al maestro, no
la aplicación fría de una serie de reglas que por sí solas no tienen utilidad
alguna. El tiempo y la dedicación hacen del escritor un verdadero experto en el
arte de transmitir las ideas y de hacer del lenguaje una herramienta al
servicio de la humanidad, no de una élite celosa de su saber, que se vale de
palabras rebuscadas y un nivel de abstracción bastante avanzado (quizá
inconscientemente), reduciendo significativamente el alcance de sus escritos y
el flujo de ideas a través de las diversas mentes que componen nuestra realidad.
Por
último, cabe señalar que el texto, pese a ser fácil de comprender, en algunos
momentos su lectura tiende a volverse tediosa. Uno de los consejos de Cassany es
ponerse en el lugar del lector y, creo yo, él lo hace perfectamente. Ubica
hasta qué punto es necesario “saturar” la mente de éste con cuestiones
técnicas, para luego relajar un poco el discurso y hacerlo más dinámico, siendo
consistente con sus propias ideas. Ese es, desde mi punto de vista, uno de los
grandes méritos del autor, la consistencia entre lo que se dice y lo que se
hace, entre la teoría y la práctica.
Todos
sin excepción, es este mundo tan complejo, hoy más que nunca debemos estar
conscientes de la necesidad de ser capaces de expresarnos por medio de la
palabra de manera correcta. Es imprescindible su uso en la vida diaria, para la
gran variedad de situaciones que se presentan y a las que tenemos que hacer
frente con decisión si queremos destacar y llegar a ser algo más que simples
mortales, ir más allá de lo humano y trascender al mundo de la cultura, que es
eternidad dentro de este, del que momentáneamente formamos parte.