Mucho se podría decir acerca de este asunto que es de
suma importancia para el desarrollo del conocimiento de la sociedad en general,
y del ser humano en particular. La división casi tajante entre ciencias
naturales y sociales tiene, a mi parecer, un criterio fundamental de distinción.
Las primeras aspiran a un conocimiento cierto (que de alguna forma es
verificable) de lo que podemos denominar realidad, teniendo la certeza de que
tal conocimiento es alcanzable e inmutable. Las segundas no pueden tener la
aspiración de que los resultados de su investigación sean absolutos y
universales puesto que el ente humano en lo particular es distinto en cada
caso, y sus relaciones con su medio varían conforme a una infinita cantidad de
factores que inciden sobre él; pero lo rescatable de estas disciplinas de corte
social es que pretenden dar una explicación del fenómeno actual en cada época,
y en muchas ocasiones se persigue ese ideal con tal firmeza, que incluso puede
hacerse pasar por una verdadera ciencia de lo social. Pero más importante aún
(y curiosamente absurdo) es que dentro de las segundas el fenómeno de separación
tajante también se hizo patente. Digo que tal situación es absurda puesto que,
aunque se pueda alegar que el “objeto de estudio” en cada caso es distinto, la
relación siempre incide sobre un ente en particular, que es el hombre en
sentido amplio. Afortunadamente, tal como nos dice el texto, la situación se ha
ido transformando, y si bien no se ha desmoronado la estructura tradicional, ha
comenzado a ser cuestionada. La división disciplinaria que aísla el
conocimiento en áreas muy específicas debe ser, si bien no combatida, sí
compensada de alguna forma, esto es, promoviendo la integración y colaboración
interdisciplinaria, fomentando así una mejor comprensión del fenómeno social (que
es el que a ésta rama del saber le interesa), trayendo consigo el desarrollo amplio
– y no restringido – de las disciplinas relativas a eso que es humano.
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