jueves, 3 de mayo de 2012

La cocina de la escritura – Daniel Cassany


El ser humano es – según la tesis aristotélica, y la propia experiencia – un animal  político, un ente social que busca establecer vínculos con el resto de los individuos de su comunidad.  Tales vínculos se sostienen a través de la comunicación y, por ende, de un lenguaje. En un principio las personas encontraron los medios para expresar sus pensamientos de forma simple, sin complejidades ni refinamientos; el lenguaje era la representación del mundo que ellos concebían, como parte de un grupo, siendo elementos de una totalidad que podían considerar un universo propio.

Con el paso del tiempo tal situación se fue transformando. El ser humano, como ser racional, fue requiriendo cada vez de más palabras para describir el mundo, y a través de los siglos sofisticó su habla a tal grado que encontrado el placer estético en la palabra misma y llegada la escritura como medio eficaz de trascendencia, recreó y adaptó ya no el lenguaje al mundo, sino el mundo a su lenguaje. De unos cuantos conceptos se llegó, en un tiempo relativamente largo, al mare magnum de la actualidad. La sofisticación de los conceptos, la enorme cantidad de palabras a las cuales se puede recurrir, hicieron – aparentemente – de la tarea de escribir una empresa inalcanzable por el individuo común, exclusiva de aquellos nacidos con tal don, capaces de inspirarse y transmitir sus pensamientos al resto de los mortales.

Daniel Cassany viene a cambiar tal concepción. Su libro, como él mismo lo indica, es un manual para aprender a redactar, con lo cual rechaza la idea de que hay unos cuantos privilegiados con la capacidad de escribir correctamente. Diversos consejos, técnicas y recomendaciones va Cassany presentando al lector a lo largo del texto, de una manera dinámica y coherente, siguiendo el mismo esquema que él propone para una adecuada escritura y, por ende, una comunicación más efectiva con los demás, con la sociedad misma.

Por obvias razones, la crítica a aquellos que tienden a usar un lenguaje técnico no solo en sus escritos, sino también en sus relaciones personales, es contundente, aunque no evidente. El lenguaje es un medio de comunicación, la herramienta a través de la cual describimos el mundo y transmitimos nuestro saber a los demás; sería absurdo usarlo de una forma tal que sólo unos cuantos pudieran comprender lo que nosotros tratamos de transmitir, usando un lenguaje complejo con un grado de sofisticación llevado al punto de lo incomprensible. Y, sin embargo, muchas veces así sucede y el lector promedio queda enfrascado en una esfera de saber estándar, puesto que es lo único que alcanza a comprender.

No digo con esto que el lenguaje técnico - específico deba dejarse de lado. Todo lo contrario. A lo que me refiero es que el vocabulario empleado en la redacción debe ser apropiado al lector a quién va destinado el escrito, la carta, la obra, puesto que de lo contrario el lenguaje no verá cumplida su función comunicativa.

Frases y palabras cortas, ideas concretas, sin tecnicismos, texto estructurado y variación tipográfica en el mismo: Estas son algunas de las características con que debe cumplir un texto para que pueda ser considerado legible, comprensible. Pero más allá de la forma se encuentra el fin de la escritura. Todos somos capaces de escribir bien, desarrollando las diversas habilidades que poseemos como personas. Y el resultado de tan arduo trabajo será un escrito fácil de entender, digerible para quien va dirigido, claro, coherente, concreto y bien diseñado, que funcione como un medio de transmisión de ideas, de saber, de conocimiento útil para los individuos que junto con nosotros integran la sociedad en que vivimos.

Cassany destruye prejuicios y paradigmas a los que se recurre muy frecuentemente a la hora de escribir. Su cocina, más que un manual, es una especie de guía para el éxito en el gratificante arte de la escritura. Como bien lo dice el autor, esta bella labor no se realiza a través de recetas. La práctica hace al maestro, no la aplicación fría de una serie de reglas que por sí solas no tienen utilidad alguna. El tiempo y la dedicación hacen del escritor un verdadero experto en el arte de transmitir las ideas y de hacer del lenguaje una herramienta al servicio de la humanidad, no de una élite celosa de su saber, que se vale de palabras rebuscadas y un nivel de abstracción bastante avanzado (quizá inconscientemente), reduciendo significativamente el alcance de sus escritos y el flujo de ideas a través de las diversas mentes que componen nuestra realidad.

Por último, cabe señalar que el texto, pese a ser fácil de comprender, en algunos momentos su lectura tiende a volverse tediosa. Uno de los consejos de Cassany es ponerse en el lugar del lector y, creo yo, él lo hace perfectamente. Ubica hasta qué punto es necesario “saturar” la mente de éste con cuestiones técnicas, para luego relajar un poco el discurso y hacerlo más dinámico, siendo consistente con sus propias ideas. Ese es, desde mi punto de vista, uno de los grandes méritos del autor, la consistencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la teoría y la práctica.

Todos sin excepción, es este mundo tan complejo, hoy más que nunca debemos estar conscientes de la necesidad de ser capaces de expresarnos por medio de la palabra de manera correcta. Es imprescindible su uso en la vida diaria, para la gran variedad de situaciones que se presentan y a las que tenemos que hacer frente con decisión si queremos destacar y llegar a ser algo más que simples mortales, ir más allá de lo humano y trascender al mundo de la cultura, que es eternidad dentro de este, del que momentáneamente formamos parte.

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