jueves, 24 de mayo de 2012

Patriotismo


Es fascinante tener la posibilidad de adentrarse en la historia de México. Esta nos permite comprender que es lo que somos y que somos capaces de llegar a ser. Bien decían los antiguos que aquél que no conoce su historia está condenado a repetirla, y curiosamente lo que debería ser una excepción, se ha vuelto nuestra regla. El eterno retorno de los grandes males nacionales aparenta ser una situación por sí misma inevitable, por lo que es preciso dejar de lado todos aquellos prejuicios que no nos permiten ver más allá de nuestras propias creencias. Ha llegado la hora de hacer un cambio, y tal transformación es necesaria hacerla incluso desde el pasado. Es indispensable preguntarse por el origen de todos los problemas que han venido acumulándose en nuestro país desde hace más de 200 años.

Hay personas que están convencidas de que la problemática que aqueja a la nación es producto  de la intolerancia, la cual se traduce en imposición, en conflicto, en guerra. En el pasado mexicano no hay más que una sola ocasión en que se dio el consenso general en la búsqueda de un fin determinado: El movimiento independentista de 1821. De lo que sucedió después solo es rescatable el hecho de que quedó constancia de lo que sucede cuando no se busca dar solución a los problemas a la luz de las ideas, sino mediante el uso de las armas.

Fue por aquellos años que la historia estuvo en manos de un par de hombres que hicieron lo posible por llevar a cabo su ideario político y ver triunfar a la nación que ambos vieron nacer. Agustín de Iturbide y Antonio López de Sana Anna, sin embargo, fueron condenados a residir por siempre en el cementerio de los traidores, de los enemigos de la patria. Pero en aquel entonces era un solo grupo de individuos el que se hacía llamar "la patria". Los detractores de ambos escribieron la historia e hicieron de la suya la historia oficial de la nación mexicana, desterrando a perpetuidad al Libertador y al enigmático jalapeño del ateneo de los virtuosos héroes nacionales.

Es por eso que resulta conveniente desenmascarar esa historia manipulada y arrojar para siempre de nuestro pasado aquellos juicios parciales que favorecen la existencia de la versión maniquea que el gobierno no ha parado de difundir. Por lo anterior, es necesario sostener que los hombres son sólo hombres, y no adversarios de distinto bando. La historia no es una guerra del bien contra el mal; es simplemente la vida misma.

Iturbide y Santa Anna fueron simples hombres, nada más. Sin embargo, merecen un lugar más decoroso en la historia patria.

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